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OLIVER TWIST

 Hoy hemos leído un fragmento de Oliver Twist es una novela escrita por Charles Dickens en 1838.

Sigue la historia de un joven huérfano llamado Oliver, quien enfrenta numerosos desafíos y adversidades en la sociedad victoriana de Inglaterra. Después de escapar de un orfanato cruel, Oliver se encuentra involucrado en una serie de situaciones difíciles, incluido el mundo del crimen organizado y la pobreza urbana. A lo largo de la historia, Oliver lucha por encontrar su lugar en el mundo y por descubrir su verdadera identidad. La novela aborda temas como la injusticia social, la desigualdad, la redención y la esperanza, y ha sido ampliamente elogiada por su descripción vívida de la vida en la época victoriana y por su crítica social.

Es una obra profundamente relevante y conmovedora, que continúa resonando en la sociedad contemporánea.

¿Porque se creó?

La novela se hizo para abordar y exponer las duras condiciones de vida de los pobres en la sociedad de Inglaterra. Dickens, creció en una familia empobrecida, estaba muy familiarizado con estas condiciones y quería destacar las injusticias y la crueldad que enfrentaban los menos afortunados.

La novela fue una forma de hacer que la gente fuera consciente de las injusticias sociales y fomentar el cambio. A través de la historia de Oliver, Dickens mostró la explotación infantil, la corrupción institucional, la desigualdad social y otros problemas que enfrentaban los pobres. Su objetivo era sensibilizar a la gente sobre estas cuestiones y presionar por reformas sociales que mejoraran las condiciones de vida de los menos privilegiados.

Además, Dickens era un escritor talentoso que sabía cómo atraer y mantener la atención de su audiencia. Tenía capacidad para crear personajes memorables y situaciones emocionantes esto provocó un éxito instantáneo y sigue siendo una obra clásica de la literatura inglesa hasta el día de hoy.


Temas

  • Pobreza y desigualdad social
  • Corrupción y delincuencia
  • Identidad y búsqueda de pertenencia
  • Redención y bondad
  • Hipocresía y moralidad
  • Familia y comunidad

Fragmento de Oliver Twist

Que trata del lugar donde nació Oliver Twist y de las circunstancias que concurrieron en su nacimiento

Entre los varios edificios públicos de cierta ciudad, que por muchas razones será prudente que me abstenga
de citar, y a la que no he de asignar ningún nombre ficticio, existe uno común, de antiguo, a la mayoría de
las ciudades, grandes o pequeñas; a saber: el Hospicio. En él nació —un día y año que no he de molestarme
en repetir, pues que no ha de tener importancia para el lector, al menos en este punto del relato— el ser
mortal cuyo nombre va antepuesto al título de este capítulo.
Bastante después de haber sido introducido en este mundo de pesares e inquietudes por el médico de la
parroquia, abrigáronse innúmeras dudas de que el niño sobreviviese siquiera lo preciso para llevar un
nombre, en cuyo caso es más que probable que estas Memorias no hubiesen aparecido jamás, o, de haberse
publicado, al hallarse comprendidas en un par de páginas, hubieran poseído el inestimable mérito de
constituir la biografía más concisa y fiel de cuantas existan en la literatura de cualquier época o país.
Si bien no estoy dispuesto a sostener que el haber nacido en un hospicio sea, por sí sola, la circunstancia más
afortunada y envidiable que pueda acontecer a un ser humano, sí he de decir que, en este caso particular, fue
lo mejor que pudo haberle ocurrido a Oliver Twist. Es el caso que se tuvieron grandes dificultades para
inducir a Oliver a que tomase sobre sí la tarea de respirar, práctica molesta, pero que la costumbre ha hecho
necesaria para nuestra cómoda existencia, y durante un rato permaneció boqueando sobre un colchoncillo de
borra, suspendido de manera harto inestable entre este mundo y el otro, indudablemente inclinada la balanza
en favor de este último. Ahora bien: si durante ese breve período hubiese estado Oliver rodeado de solícitas
abuelas, anhelosas tías, expertas nodrizas y doctores de honda sabiduría, inevitable e indubitablemente
hubiera muerto en un decir amén. Mas como no había sino una pobre vieja, bastante aturdida por el
inusitado uso de la cerveza, y el médico de la parroquia, que desempeñaba estas funciones por contrata,
Oliver y la Naturaleza pudieron dilucidar la cuestión por sí solos.
El resultado fue que, mediante algunos esfuerzos, Oliver respiró, estornudó y procedió a anunciar a los
huéspedes del Hospicio el hecho de la nueva carga impuesta sobre la parroquia, lanzando un grito todo lo
agudo que lógicamente podía esperarse de un infante que sólo poseía ese utilísimo accesorio que es la voz
desde un espacio de tiempo no superior a tres minutos y cuarto.
Tan pronto como Oliver dio esta primera prueba del libre y adecuado funcionamiento de sus pulmones
agitose la remendada colcha que se hallaba desaliñadamente extendida sobre el lecho de hierro, se alzó
desmayadamente sobre la almohada el rostro pálido de una joven y una voz apagada articuló de un modo
imperfecto estas palabras:
—¡Dejadme ver a mi hijo antes de morir!
El doctor, que se hallaba sentado cara al fuego, calentándose y frotándose las manos alternativamente, al oír
la voz de la joven se levantó y, acercándose a la cabecera de la cama, murmuró, con más dulzura de la que
pudiera esperarse de él:
—¡Vamos! No hay que hablar de morirse todavía.
2



—¡Pues claro que no…! —exclamó la enfermera, depositando apresuradamente en su bolsillo una botella de
verde cristal que estuvo saboreando en un rincón con evidente regusto—. ¡Que Dios bendiga vuestra alma!
Cuando hayáis vivido tanto como yo y hayáis tenido trece hijos, muertos todos, menos dos, que están
conmigo en este hospicio, ya veréis cómo no lo tomáis de ese modo. Pensad en lo que es ser madre y en que
hay aquí un corderillo que criar, ¡ea!
Evidentemente, esta consoladora perspectiva de esperanzas maternas no surtió el efecto apetecido. La
paciente movió tristemente la cabeza y tendió la mano hacia su hijo.
El médico lo depositó en sus brazos. Ella apretó ardientemente sus pálidos labios sobre la frente del niño, se
pasó luego las manos sobre el rostro, miró en derredor con ojos extraviados, se estremeció, cayó de
espaldas… y murió. Frotáronle el pecho, las manos y las sienes; mas la sangre se había detenido para
siempre. Antes habían hablado de esperanza y de consuelos. Hacía mucho tiempo que éstos eran
desconocidos para ella.
—¡Todo ha terminado, señora Thingummy!— dijo el médico, al cabo.
—¡Ah! ¡Pobrecita! Ya lo veo —murmuró la enfermera, recogiendo el tapón de la botella verde, que se había
caído sobre la almohada al tiempo de inclinarse a levantar al niño—. ¡Pobre mujer!
—No os molestéis en mandar por mí si el niño llora —dijo el médico, poniéndose los guantes con gran
parsimonia—. Es muy probable que esté molesto. En ese caso, dadle un poco de papilla —púsose el
sombrero y, deteniéndose junto a la cama, camino de la puerta, añadió—: Era guapa la muchacha… ¿De
dónde vino?
—La trajeron anoche —respondió la vieja— por orden del visitador. La encontraron tendida en la calle.
Debió de haber andado mucho, pues traía los zapatos destrozados; pero nadie sabe de dónde venía ni adónde
iba.
Inclinose el doctor sobre el cadáver y le alzó la mano izquierda.
—¡Lo de siempre! No hay anillo de boda. ¡Ah! ¡Buenas noches!
Fuese el médico a cenar, y la enfermera, tras haberse aplicado una vez más a la verde botella, se sentó en
una silla baja delante del fuego y comenzó a vestir al infante.
¡Qué excelente ejemplo, el joven Oliver Twist, del poder de los vestidos! Liado en la colcha que hasta este
momento fuera su único abrigo, lo mismo podría haber sido el hijo de un noble que el de un mendigo; difícil
le hubiera sido al más soberbio desconocido asignarle su puesto adecuado en la sociedad. Mas ahora,
envuelto ya en las viejas ropas de percal, amarillentas de tanto uso, quedó clasificado y rotulado, y al
instante ocupó su debido lugar: era el hijo de la parroquia, el hospiciano huérfano, el galopín humilde y
famélico que ha de ser abofeteado y tundido a su paso por el mundo, despreciado por todos y por nadie
compadecido.
Oliver lloraba con fuerza; mas si hubiera podido saber que era un huérfano a merced de las indulgentes
gracias de capilleros y limosneros, acaso hubiera llorado mucho más.




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