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EL EXTRANJERO

En estas semanas estamos leyendo fragmentos de libros y analizándolos, el libro que hemos visto hoy es El Extranjero una novela escrita por Albert Camus y publicada en 1942.

La obra es una exploración existencialista de la vida y la sociedad, ambientada en la Argelia colonial francesa.

La novela sigue la historia de Meursault, un hombre indiferente y apático hacia su propia vida y las normas sociales. Después de cometer un crimen aparentemente inexplicable y sin motivo, Meursault es juzgado y condenado a muerte. A lo largo de la historia, Meursault muestra una falta de emociones convencionales y una desconexión con las expectativas sociales, lo que lleva a una reflexión sobre la naturaleza del ser humano y la alienación en la sociedad.

Los temas de los que habla son la alienación, la indiferencia, la libertad, la moralidad y la búsqueda de significado en un mundo absurdo e irracional.

La obra desafía las normas sociales y cuestiona las convenciones morales, invitando al lector a reflexionar sobre la existencia humana y el propósito de la vida.

El libro te hace hacer una meditación sobre la condición humana y la naturaleza del ser, y plantea preguntas profundas sobre la existencia, la moralidad y el propósito de la vida.

Aquí os dejo el fragmento que leímos

Hoy ha muerto mamá. O quizá ayer. No lo sé. Recibí un telegrama del asilo: «Falleció su madre. Entierro mañana. Sentidas condolencias.» Pero no quiere decir nada. Quizá haya sido ayer. El asilo de ancianos está en Marengo, a ochenta kilómetros de Argel. Tomaré el autobús a las dos y llegaré por la tarde. De esa manera podré velarla, y regresaré mañana por la noche. Pedí dos días de licencia a mi patrón y no pudo negármelos ante una excusa semejante. Pero no parecía satisfecho. Llegué a decirle: «No es culpa mía.» No me respondió. Pensé entonces que no debía haberle dicho esto. Al fin y al cabo, no tenía por qué excusarme. Más bien le correspondía a él presentarme las condolencias. Pero lo hará sin duda pasado mañana, cuando me vea de luto. Por ahora, es un poco como si mamá no estuviera muerta. Después del entierro, por el contrario, será un asunto archivado y todo habrá adquirido aspecto más oficial. Tomé el autobús a las dos. Hacía mucho calor. Comí en el restaurante de Celeste como de costumbre. Todos se condolieron mucho de mí, y Celeste me dijo: «Madre hay una sola.» Cuando partí, me acompañaron hasta la puerta. Me sentía un poco aturdido pues fue necesario que subiera hasta la habitación de Manuel para pedirle prestados una corbata negra y un brazal. El perdió a su tío hace unos meses. Corrí para alcanzar el autobús. Me sentí adormecido sin duda por la prisa y la carrera, añadidas a los barquinazos, al olor a gasolina y a la reverberación del camino y del cielo. Dormí casi todo el trayecto. Y cuando desperté, estaba apoyado contra un militar que me sonrió y me preguntó si venía de lejos. Dije «sí» para no tener que hablar más

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